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Breccia el viejo, conversaciones con Juan Sasturain

Breccia el viejo, conversaciones con Juan Sasturain a été publié par les éditions Colihue en Décembre 2013. Il n’est disponible qu’en espagnol pour le moment.

Ce livre est la retranscription d’environ 12 heures de conversations à l’automne 1987 entre Alberto Breccia et Juan Sasturain, écrivain et scénariste d’Alberto Breccia pour Perramus entre autres.

Merci à Juan Sasturain de m’avoir autorisé à publier ce prologue.

Prologue

Breve comentario en diferido

No corresponde que intente explicar quién fue Alberto Breccia y por qué vale la pena enterarse de qué hizo y qué pensaba de su vida, de su trabajo y de muchas otras cosas. Me tocó y me gustó escribir y opinar sobre él varias veces , sólo para coincidir con gente mucho más capaz que yo a la hora de definirlo: el Viejo Breccia no sólo fue uno de los dibujantes de historietas más importantes del mundo. Fue un genio, alguien que rompió el molde. Pero además, o sobre todo, fue una persona entera, que se hizo increíblemente solo y de una pieza, con perfiles definidos, derecho, honesto, tierno y cabrón, querible y difícil, un personaje único. Absolutamente inolvidable.

Para resumirlo, si se pudiera, Breccia es de ésos que cuando se van dejan el ámbito en el que movieron –dejan el mundo, en realidad- diferente de cómo era. Y lo dejan mejor. En este caso, con la obra realizada sobre todo desde principios de los años sesenta hasta su muerte, treinta años después, el Viejo revolucionó los medios expresivos y el sentido mismo de la historieta como soporte, como instrumento narrativo. Es decir: hizo (se animó a) cosas que nadie había hecho antes. Y las hizo maravillosamente bien.

Bueno: este libro no habla de eso. Él no hablaba de eso. Pero está tácito, y es el motivo que me llevó a sentarme con él a conversar.

Casettes

Ahora me gustaría, antes de invitar al lector a participar como oyente curioso de estas charlas, hacer algunas aclaraciones o –menos aún- ciertos comentarios. Avisar, por ejemplo, que las conversaciones originales cuya transcripción y armado constituyen este libro fueron grabadas hace mucho tiempo –una decena de encuentros en el otoño de 1987- y en condiciones técnicamente precarias. Son algo más de doce horas recogidas en una docena de casettes. Los tengo conmigo, todavía. Al grabador, no. Ya vetusto por entonces, era un aparato de tamaño considerable, tipo valijita, y con el micrófono incorporado. No siempre tenía las pilas en el mejor estado, así que hay sesiones enteras de la larga charla que hubo que desechar: no se oía, o el ruido ambiente era excesivo y tapaba las voces… En fin: limitaciones de las grabaciones caseras. No son otra cosa.

Cabe aclarar, entonces, que estas largas entrevistas (pues de eso se trata: yo pregunto y él me cuenta) no fueron realizadas para ser reproducidas, publicadas o difundidas en el momento. Mi intención –y Alberto lo sabía- era que me sirvieran como medio privado de recopilación de datos y referencias; que fueran la fuente más fidedigna para lo que esperaba hacer algún día no muy lejano: una biografía o –mejor- un libro sobre vida y obra de Alberto Breccia.

Es obvio que eso no sucedió. Para mí está claro que tampoco sucederá. Pero las charlas quedaron ahí, guardadas y a la espera. Han pasado más de 25 años. Parece increíble. Siento que tal vez haya llegado la hora.

Avatares

No es ésta la primera ni la única vez que quiero hacer algo con este largo testimonio. Tras un esbozo de proyecto inicial, poco después de la desaparición del Viejo en el 93, el primer intento de acercarme a este material intimidante -sobre todo en su extensión-, fue hacia fines de los noventa. Por entonces, mientras desarrollábamos la colección Enedé y la Serie Oesterheld de relatos en prosa del autor de El Eternauta, le propuse a Aurelio Narvaja, de Ediciones Colihue, editar estas conversaciones. No sólo estuvo de acuerdo sino que –ante mi sugerencia- encomendó a Mariano Buscaglia, nieto del Viejo, la laboriosa tarea de desgrabar las cintas. Lo hizo amorosamente Mariano (que era un pibe en la época del registro) y sobre esa desgrabación en bruto –algo así como 270 y pico páginas- comencé, por entonces, a armar este texto. No llegué muy lejos. Acaso porque al interrumpirse la tarea editorial en Colihue las expectativas de publicación más o menos inmediata se diluyeron; acaso porque me acobardó la tarea de juntar el material complementario (las revistas antiguas, el rastreo de obras raras); acaso o sobre todo por el duro trabajo de edición… La cuestión es que lo dejé, una vez más.

Recién en los últimos años, a partir del 2006 y con la reaparición de Fierro, volví a conectarme con la historieta y sus autores. Y me doy cuenta, ahora, de que la idea de retomar el libro de las charlas con el Viejo quedó ligada, de algún modo, a la posibilidad –tan largamente diferida- de la publicación completa y definitiva de Perramus, nuestra obra en común. Es que en mi experiencia de vida ambas cosas van juntas: no volví a escribir historietas después de Perramus.

La cuestión es que, en líneas generales, aquel trabajo de edición que comencé en los noventa es el mismo que aparece acá, finalmente acabado. Para que me decidiera a terminarlo fue fundamental contar con la seguridad de que tanto el joven erudito Gustavo Ferrari como el incondicional Mariano Buscaglia -más la generosidad de muchos cercanos custodios de su memoria- aportarían todo lo que yo no puedo y no sé, todo lo que faltaba para hacer un libro lindo, valioso e interesante: las fotos personales, las ilustraciones de medios, historietas y personajes, las imágenes en general. Y eso, ahora, está.

Tal vez por todo eso, y también porque el año próximo se cumplen veinte de la muerte del Viejo Breccia, me parece que este libro acaso ha encontrado su momento y lugar. Ojalá que esta publicación forme parte digna del homenaje que se le debe en general y que le debemos algunos en particular.

Climas

Explicado su sentido y su finalidad ocasional, voy a tratar ahora de describir brevemente las circunstancias en que se realizaron estas largas entrevistas. Si bien lo admiraba desde pibe –espiaba el Vito Nervio, me había deslumbrado Sherlock Time a los trece- y di clase con sus versiones de El corazón delator y La gallina degollada en los setenta, a Alberto lo conocí de grande. Fue en la época de SúperHum®, hacia 1981. Recuerdo que le hice un reportaje -que salió en el décimo número de la revista-, en el que anunciaba el comienzo de su versión del Informe sobre ciegos de Sábato.

Así, para el otoño de 1987 ya hacía seis años que lo trataba y cinco que trabajaba junto a él como guionista de Perramus y otras historietas ocasionales. Alberto tenía por entonces 68 años –lo dice en algún momento-, andaba muy bien de salud y de trabajo; yo estaba por cumplir 42, había publicado hacía un tiempo Manual de perdedores y era jefe de redacción de Fierro. Éramos parientes –estaba en pareja por entonces con su hija Patricia, a través de quien lo conocí- pero además éramos compañeros de trabajo y amigos. Nos veíamos regularmente todas las semanas, tanto en su hermosa casa de Haedo en la calle Vignes, donde vivía con Irma, su segunda mujer, como en la mía, cerca de la estación de San Andrés.

Y fue durante algunos sábados a la tarde en su maravilloso estudio que daba al parque, y durante varios domingos en el entrecho living del chalecito de San Andrés que daba a la calle, que grabamos –entre marzo y mayo- estas largas sesiones. Las voces familiares y amistosas, los ladridos de perros y el ruido del tren sirven de fondo a la grabación. No está nada mal. El clima, digo. Este libro debería estar acompañado de aunque más no fuera por unos pocos minutos de audio, para dar una idea. Alberto tenía una lindísima voz cascada y se reía como un viejo sátiro…

La charla siempre fue informal y amistosa. Llevado por la ansiedad documental y la necesidad de precisar el dato, siento ahora –al escucharnos- que lo interrumpía demasiado… y que podría haber ahondado en aspectos conceptuales, tocar zonas que no fui capaz de abordar. Así, más allá de mis propias torpezas como entrevistador, como lo que tenía en mente era algo así como una biografía artística, tampoco hablamos casi nada de la familia, por ejemplo, y apenas de su vida cotidiana. Es un agujero. También podríamos y deberíamos haber hablado más de plástica, de pintura y pintores… Limitaciones mías, supongo.

Por otra parte, sí nos detuvimos largamente en los recuerdos de infancia y en lo que era su entorno, el mundo de Mataderos en los años veinte, donde y cuando se crió. Le gustaba hablar de eso y –por esos años- frecuentaba regularmente el viejo barrio, se juntaba con quienes todavía tenía cosas que compartir. Y creo que era feliz ahí.

En la época de la grabación teníamos muy buena relación. Compartíamos –con él y con Patricia- no sólo el laburo sino los gustos, las charlas sobre libros, sobre películas y música. Y cuando digo música quiero decir tango. Aprendí a disfrutar del Flaco Morán, por ejemplo. No salíamos juntos pero coincidimos alguna vez durante las vacaciones en la casa de Enrique en Mar del Sud y el año anterior habíamos viajado a España para la presentación de un libro colectivo del que me hizo partícipe. Me acompañó incluso a los pueblitos navarros de mis abuelos y conocí a sus amigos italianos en Milán. Lo querían mucho, lo pasamos bien.

Pero además, laburábamos. Siempre apurándome él: nunca fui rápido para los guiones, siempre me costó… Entre otras cosas, a esa altura ya habíamos hecho las adaptaciones de cuentos latinoamericanos para Crisis y esbozado el primer capítulo de El Dibujado, que nunca se concretaría. En aquel momento de la charla, puntualmente, trabajábamos en la tercera parte de Perramus –“La isla del guano”- y ha quedado alguna referencia al respecto en el diálogo. Cabe aclarar que por entonces, aunque nuestra historieta se publicaba en el exterior, sólo había salido había acá, parcialmente en Fierro –al director, Cascioli, no le gustaba y levantó la segunda parte- y que todavía faltaban un par de años para que hubiera una primera edición argentina en libro. No era fácil.

Para cuando finalmente apareció, en 1989, la edición de ECA-De la Flor con las dos primeras partes de la saga, todo o mucho había cambiado. Las circunstancias habían hecho que nos viéramos menos. Entre otras cosas me rajaron de Fierro, publiqué Arena en los zapatos, y me fui a vivir a Barcelona a empezar nueva vida. Así, el episodio final, “Diente por diente”, lo terminamos –creo recordar- trabajando a distancia. Finalmente, tras algunos nunca explicitados desencuentros, con el Viejo -como se dice- quedamos ahí.
Regresé a Buenos Aires en el verano del 92 y tras un llamado de Patricia volví a verlo, sólo una vez, cuando estaba internado en el Hospital Francés. Charlamos amistosamente. Y eso fue todo. Nunca más.

Detalles

Me disculpo por haber ido acaso demasiado lejos en los detalles de coyuntura, pero me gustaría que sirvan para entender cómo se hizo esto que terminó, sin pensarlo, siendo un libro. Sólo faltaría aclarar –en lo técnico- que he tratado de subsanar algún bache en la grabación (perdimos, por inaudible, nada menos que el origen de Vito Nervio…) echando mano a otros testimonios, otros reportajes en los que el Viejo habló del tema.
Es que hay –antes y después de ésta- varias, muy buenas y mejores entrevistas a Alberto Breccia, empezando por la charla con Masotta en el 68, siguiendo por la cálida y reveladora Conversación en la Catedral, de Trillo y Saccomanno de fines de los setenta, que publicamos en SuperHum®, hasta llegar a la que le hizo Latino Imparato –poco después de ésta- para Vertige Graphics. Y está la analítica, pionera, de la revista Bang!, con que lo presentaron en Europa a principios de los setenta, y tantas más, hasta el final… Hay mucho para leer hoy -de y sobre el Viejo- en papel y en la red. Por suerte.

Lo último: sería bueno que todos los que estuvieron cerca de Alberto durante tantos años –su familia, sus alumnos, sus amigos, sus compañeros, sus infinitos lectores- sientan que esto que cuenta les pertenece, que les habla a todos, que es una manera personal de conocerlo mejor. Además, Breccia mediante, creo que este texto es varias cosas a la vez: primero, la crónica empeñosa de la vida de trabajo y creación de un artista notable; después, el testimonio único de un testigo cercano y protagonista privilegiado de la historia de la historieta contemporánea (¡nada menos!): más de medio siglo de laburo profesional; y finalmente es un fresco de época, la versión vivida, de primera mano y a cargo de un observador perspicaz, de un mundo en cierto modo ya perdido.

En fin, lo hemos disfrutado. Entonces y ahora. Acá está, para compartir.

Juan Sasturain, diciembre del 2012.

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